Si yo fuese Dios y tuviese el secreto, haría un ser exacto a ti; lo probaría (a la manera de los panaderos cuando prueban el pan, es decir: con la boca), y si ese sabor fuese igual al tuyo, o sea tu mismo olor, y tu manera de sonreír, y de guardar silencio, y de estrechar mi mano estrictamente, y de besarnos sin hacernos daño -de esto sí estoy seguro: pongo tanta atención cuando te beso-; entonces,
si yo fuese Dios, podría repetirte y repetirte, siempre la misma y siempre diferente, sin cansarme jamás del juego idéntico, sin desdeñar tampoco la que fuiste por la que ibas a ser dentro de nada; ya no sé si me explico, pero quiero aclarar si yo fuese Dios, haría lo posible por ser Ángel González para quererte tal como te quiero, para aguardar con calma a que te crees tú misma cada día, a que sorprendas todas las mañanas la luz recién nacida con tu propia luz, y corras la cortina impalpable que separa el sueño de la vida, resucitándome con tu palabra, Lázaro alegre, yo, mojado todavía de sombras y pereza, sorprendido y absorto en la contemplación de todo aquello que, en unión de mí mismo, recuperas y salvas, mueves, dejas abandonado cuando -luego- callas… (Escucho tu silencio. Oigo constelaciones: existes. Creo en ti. Eres. Me basta.)
Pedro Guerra le puso música a varios poemas de Ángel González en el disco La palabra en el aire (2004).
Aquí estoy, casi treinta años después de los cuarenta más que me daba ni imaginando lo rápido que pasarían. Ahora pido treinta más porque el viaje lo vale a pesar de las noches de insomnio las pequeñas y grandes decepciones las pinzas del dentista y el reggaetón. Me preguntaba si habría aprendido algo para ese “entonces” que resulta ser hoy y me respondo que algo sí.
Aprendí que vivir con miedo escondiendo el corazón o pendiente de agradar es la mayor traición a la verdadera esencia; que aunque el esfuerzo por tomar el camino más largo y difícil sea agotadores mucho mejor que morder el anzuelo de lo que te hipoteca el alma.
Aprendí que el amor no puede todo y que por mucho que se ame a veces hay que decir basta y cerrar la puerta de lo que no hace crecer o de lo que lastima; que la pasión que uno trajo al mundo es para darla a manos llenas a los otros porque ahí está el brillo del espíritu en su plenitud y que el que lo ostenta como lustre de su ego no entendió a qué vino. Estos años trajeron angustias y desasosiegos, claro, aunque debo admitir que fueron menos que las alegrías y que se alimentaron, siempre, de mi miopía, de los árboles que me tapaban el bosque.
Aprendí a ser solo y a estar solo, que no son lo mismo. Estoy solo desde que se fueron mis viejos, esa ancla bendita que lo hace a uno sentir que la gravedad es suficiente para mantener los pies sobre la tierra. Soy solo ante mí y ante Dios (no importa cómo lo describa o sienta porque también cambió cómo lo veo y vivo) y esa soledad de vivirme queriéndome (aunque siempre me reproche algo y me esté exigiendo cambios) me abre al otro a quien no se puede ver cuando se está en guerra con uno mismo.
Aprendí que somos un puñado de aprendices en todo pero que cuando tendemos la mano todo se multiplica para bien; que las convicciones hay que defenderlas con orgullo siempre y cuando hayamos revisado que aspiren al bienestar de todos y aún así dispuestos a volver al tablero una y otra y otra vez porque ninguna verdades de acero ni ninguna posición debe volverse indiscutible.
Aprendí que lo que queremos puede tardar en llegar o no llegar a verlo nunca pero que haberlo anhelado y trabajado incansablemente para hacerlo realidades un sentido de la vida; que tratar de dejar este jardín más bello y fértil que como lo encontramos es una buena guía para andar el camino.
Aprendí de lo oscuro que me habita y a abrazarlo antes que negarlo, ya que ocultarlo siempre lleva a engendrar peores monstruos; que el miedo que me da, hoy, la muerte es muy distinto y no pasa por duraren el tiempo sino por la pena de que un día la posibilidad de descubrir y asombrarme y compartir termine, el dolor de una hoja en blanco que yá no se llenará de garabatos para comunicar cómo se ve desde aquí adentro.
Aprendí que hay gente a la que no le importa el otro porque no lo ve y que eso mismo le habilita los circuitos de la mezquindad más peligrosa. Ante eso me levanto y denuncio aunque yo mismo caiga, a veces, en la misma trampa.
Aprendí también a no vivir tan necesitado de respuestas, la juventud me vio pasar con un hambre insaciable de saber, como si hubiera una llave o un mapa del tesoro para encontrar el gran secreto y sólo eso fuera a darme paz. Hoy, con el caballo más manso, alcanzo a vislumbrar una verdad más humilde más de un día a día más humana, una lucecita que dura lo que tenga que durar, en uno pero que compartida no se muere nunca: una verdad de mi mano en tu mano de mis ojos enlanzados con los tuyos de poema que danza de música que sueña de vino que transmuta una verdad de beso de buenas noches de caricia a un animal que duerme de barricada a la injusticia de canto de amor para la Tierra.
The heat of the sun stayed on through the night Made spectres of strangers playing games with my sight I passed through the station, a face in the crowd The whistle was blowing, the barrier came down
There was my baby, in another’s embrace I called out her name in shame and disgrace
Yes, I have ghosts, not all of them dead Making dust of my dreams, spinning round and around Around in my head
Train on the tracks, teeth of the zip The slider moves down, we were joined at the hip Stealing the groove, the widening gap Unfastening rails from a past with no map
Yes, I have ghosts, a fleeting sight It’s always the living that are haunting my nights
Where is the sweet soul that you used to be Gone like a thistle that’s blown on the breeze I guess when it’s over, this haunting will end The waiting, the baiting, my killer, my friend
Yes, I have ghosts, not all of them dead And they dance by the moon, millstones white as the sheet On my bed
A Theater for Dreamers es un audiolibro de la escritora Polly Samson, esposa de David Gilmour y su letrista desde la última época de Pink Floyd. Allí aparece originalmente esta canción en la que está acompañado por la voz y el arpa de su hija Romany.
La he puesto en bucle muchas veces y no me canso de escucharla.
Chameleon Furcifer pardalis Ambolobe 2 years old, Madagascar endemic Panther chameleon in angry state, pure Ambilobe; Shutterstock ID 661154740; Nombre de Revista: Viajes NG; Nr de la revista: 213; Mes de publicación: Diciembre; Cliente/ Licenciatario: RBA revistas
En un país muy remoto, en plena Selva, se presentó hace muchos años un tiempo malo en el que el Camaleón, a quién le había dado por la política, entró en un estado de total desconcierto, pues los otros animales, asesorados por la Zorra, se habían enterado de sus artimañas u empezaron a contrarrestarlas llevando día y noche en los bolsillos juegos de diversos vidrios de colores para combatir su ambigüedad e hipocresía de manera que cuando él estaba morado y por cualquier circunstancia del momento necesitaba volverse, digamos, azul, sacaban rápidamente un cristal rojo a través del cual lo veían, y para ellos continuaba siendo el mismo Camaleón morado, aunque se condujera como un Camaleón azul; y cuando estaba rojo y por motivaciones especiales se volvía anaranjado, usaban el cristal correspondiente y lo seguían viendo tal cual… Esto solo en cuanto a los colores primarios, pues el método se generalizó tanto que con el tiempo no había ya quien no llevara consigo un equipo completo de cristales para aquellos casos en que el mañoso se tornaba simplemente grisáceo, o verdiazul, o de cualquier color más o menos indefinido, para dar el cual eran necesarias tres, cuatro o cinco superposiciones de cristales. De esta época viene el dicho de que todo Camaleón es según el color del cristal con que se mira.
Augusto Monterroso
Sustituyamos camaleón por cultura, sustituyamos intereses espúrios políticos por intereses y circunstancias contextuales y sustituyamos a los otros animales por otras culturas que miran a una cultura diferente a la suya. Si queremos responder a la pregunta ¿cuál es el color de esa cultura?; o, dicho de una manera más apropiada para el caso ¿cómo es esa cultura?, la respuesta sólo puede ser ésta: depende. No hay una verdad absoluta sino que ésta es relativa; no hay una realidad estable, como el camaleón no tiene un color estable, sino variable dependiendo del contexto, de las circunstancias históricas, de los contactos con otros, de factores ambientales previsibles o indeterminados… Pero no sólo de eso, la veremos de una u otra forma dependiendo del cristal con que miremos. está claro que habrá tantas percepciones de una cultura como diferentes sean los ojos culturales que la miren. Incluso si se pretende, como quiere hacer la Antropología, una mirada transparente, desprejuciada y neutra, eso no se consigue plenamente de modo que ni siquiera el antropólogo, que aprende acerca de la necesidad metodológica de la mirada neutra, consigue mirar con un cristal absolutamente traslúcido. Aunque no quiera, su mirada está condicionada por su cultura.
Todo se ha detenido, el agua en el agua, quieto el viento y las olas quietas.
Todo se ha detenido con la última luz de la tarde.
Todo se ha detenido, me dejo sentir en este sordo vaivén y reconozco mis palabras diluidas en el agua, mis palabras perdidas en el espejo sin tiempo del agua.
Palabras que emergen cada vez con más fuerza desde el fondo de este paraje deshabitado.
Me paro a escuchar el eco como si mías no fueran ya, y la mirada, presa del agua, no vuelve a mí.
Dori Hernández Montalbán. Los sueños del náufrago (2017).
Compuesta por Jay Livingston con letra de Ray Evans, Never Let Me Go es una hermosa balada presente en el repertorio de grandes artistas. Fue compuesta para la banda sonora de la película de Michael CurtizThe Scarlet Hour, un clásico del cine negro de 1956. Allí la interpretaba Nat “King” Cole.
Never let me go! Love me much too much! If you let me go Life would lose its touch!
What would I be without you? There’s no place for me without you!
Never let me go! I’d be so lost if you went away. There’d be a thousand hours in the day Without you, I know!
Because of one caress my world was overturned At the very start; all my bridges burned By my flaming heart! You’d never leave me, would you? You couldn’t hurt me, could you?
Never let me go! Never let me go!
Never let me go! I’d be so lost if you went away. There’d be a thousand hours in the day Without you, I know!
Because of one caress my world was overturned At the very start; all my bridges burned By my flaming heart! You’d never leave me, would you? You couldn’t hurt me, could you?
Never let me go! Never let me go!
Bill Evans le puso su particular sello en su disco Alone, que grabó para Verve en 1968.
Como decía al principio de esta entrada, la lista de grabaciones de este tema es larga y llena de nombres importantes: Shirley Horn, Keith Jarrett, Stacey Kent, Wynton Marsalis o mi admirada Jane Monheit, por citar sólo unos pocos. De seguro en Internet pueden encontrar muchas de ellas. Para terminar, he escogido una versión en la voz de la siempre elegante Nancy Wilson.
Hoy quisiera decirte algo, no sé, ¡me he equivocado tantas veces!, algo que te lloviese por dentro, algo como un aluvión de soledad, una borrasca de silencio.
Rafael Guillén, poeta nacido en el treinta y tres como mi madre, ha publicado el que dice será su último libro, ese debe ser el motivo de que lo haya titulado Últimos poemas aunque, hace unos días, en una deliciosa entrevista salpicada de las anécdotas de una vida entre versos que publicaba IDEAL de Granada, confesaba que no dejará de escribir “lo que pueda” .Hace ya tiempo, un amigo me decía: lo vi hace poco. ya está mayor. En la entrevista comenta que ya no le importa el futuro, que “yo me apeo en la próxima”.
Me es difícil escoger un poema de este libro. Está lleno de esos versos que, como toda la buena poesía (creo que me repito), dicen lo que yo nunca seré capaz de expresar pero que me resulta extraordinaria e inquietantemente familiar. Precisamente, los que inician esta entrada hacen lo propio en el libro, en el comienzo de una maravilla titulada Pórtico. Es por ello que no descarto que este poemario vuelva a surcar algún día las aguas de este blog. Hoy me voy a detener en un poema titulado Una tristeza húmeda.
Una tristeza húmeda, a punto ya de desbordarse, te inundaba los ojos. Todavía no eran lágrimas. Venía orillando reproches, unos pasos por delante de sollozos. Se acercaba desde detrás de ti. Y velaba con una acuosa lámina al clamor de tu mirada. Cabalgando desde los más remotos bosques, de las regiones donde, solitaria, habitas, me llegaba, no un viento, sino ese leve temblor de las más altas ramas anunciando la lluvia. Era como cuando te traigo por la cintura y tu me miras preguntando. Era como el parpadeo apenas perceptible de la luz cuando un objeto se interpone y pasa. No era la ola, no sino el redondo hueco de la ola al romper.
Te amé en ese momento en que la otra que eras entonces tú intentaba salvarte, sostenerte.
Con los ojos vendados, para que no pudieses recordar el camino, intenté conducirte al refugio sereno donde guardé mi vida. Da vergüenza decirlo, pero a veces los años construyen una casa de medios sentimientos, de verdades medianas, de pasiones dormidas como animales viejos, de cenizas y sueños humillados. Y el cuerpo se acostumbra, y las sombras apoyan su cabeza en un pecho de sombra, y el corazón se siente en paz o se doblega a una derrota cómoda sin heridas mortales.
Da vergüenza decirlo.
Con los ojos vendados para que no pudieses recordar el camino, intenté conducirte a mi mundo sereno de verdades a medias. No me ha sido posible.
Esta noche insegura, que mueve los relojes con la prisa de tu pulso más vivo, me envuelve y me repite: no te ha sido posible.
Esta noche de viento, que fue soltando amarras hasta quedarse tuya como un delirio de melena negra, me llama y me confirma: no te ha sido posible.
Esta noche de gente que pasa por las calles con tus ojos, con la forma que tienes de vestirte, con tu sonrisa de país lejano, esta noche me empuja y me convence: no te ha sido posible.
Y aquí estoy yo, que voy soltando amarras hasta quedarme tuyo y camino hacia el mar con los ojos cerrados, como una barca deja su refugio, una barca feliz que se repite: no me ha sido posible, porque nada me importa, sólo tu piel, la piel de una tormenta.
Da vergüenza decirlo.
Luis García Montero, Completamente Viernes (1998).
Ain’t no sunshine when she’s gone It’s not warm when she’s away Ain’t no sunshine when she’s gone And she’s always gone too long Anytime she goes away Bill Withers (Ain’t No Sunshine)
Con frecuencia me entretengo buscando versiones de aquellas canciones que me gustan, de esos temas que llevo toda la vida escuchando y que, por una razón u otra, me transportan en el tiempo; he hecho muchos descubrimientos musicales así. Me dedicaba a eso una tarde cuando de pronto empezó a sonar este tema y esta voz:
Reconozco mi debilidad por las voces femeninas, y no será ésta la primera vez que lo cuento aquí, ésta me llegó al alma. Así que empecé a buscar más temas suyos y me encontré con algunos que ya pasaron tiempo atrás por este blog.
Quise saber más de ella y empecé a indagar por Internet. Me encontré con una triste historia, la de una joven nacida en 1963 (caí pronto en al cuenta que en ese año nació también uno de mis mejores amigos) en el condado de Washington, que quiso ser cantante y que un cáncer de piel se la llevó con sólo treinta y tres años, prácticamente la misma que yo tenía por entonces.
En su momento, hubo alguien que creyó en ella, un ingeniero de sonido llamado Chris Biondo que se empeñó en que Chuck Brown escuchara una maqueta suya. Tanto le asombró su forma de cantar que grabaron un album conjunto en directo: The Other Side. Allí brilla su voz y su magia al interpretar el Over the Rainbow y, dicho sea de paso, hay también una preciosa versión que hace Brown de The Shadow of your Smile que nunca me canso de escuchar.
Después vino otro disco en directo, ya en solitario, Live at Blues Ally en que muestra su talento haciendo suyas canciones eternas como What a Wonderfull World.
Y poco más, ahí acaba su historia. Bien es cierto que grabó un disco de estudio, Eva by Heart, pero no llegó a verlo publicado. Ahí le llegó su primer reconocimiento, por parte de la Asociación de Música de Washington.
No sé si el destino termina poniendo las cosas en su sitio o si, simplemente, tiene un extraño sentido del humor. En el año 2000 a una pequeña compañía se le ocurrió sacar un disco sin pretensiones recopilando diez de las canciones que habían aparecido en sus discos: Songbird (como la canción de Fleetwood Mac que también versionó) y, contra pronóstico, se convirtió en un éxito de crítica y ventas con la ayuda de su difusión en un programa de la BBC.
El mundo por fin la descubrió y ocupó un lugar merecido en la historia de la música popular aunque, para ella, ya fue demasiado tarde. Pero quién sabe, tal vez la fama le hubiera venido demasiado grande a esa mujer tímida y huidiza.
Songbird se colocó en le Reino Unido entre los discos más vendidos de 2001 y muchos empezaron a comparar su voz con las de las grandes divas de la interpretación. Grandes artistas se declararon admiradores de música.
Era primavera o tal vez principios de verano, recuerdo que la temperatura era agradable y la tarde luminosa; y que yo ya no pude hacer otra cosa más que escuchar su voz una y otra vez, hasta que llegó la noche.