Tal vez los premios sirvan para constatar nuestra ignorancia. El Nobel suele ser un buen ejemplo, quizás aún mejor si es bien merecido. Me entero escuchando la radio mientras voy al trabajo que le han concedido el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca a Ida Vitale y reconozco que no había escuchado nunca su nombre. Cuando saco un rato me pongo a leer y descubro un mundo nuevo. Uno más y ya son muchos.
Es una suerte que existan los premios.
Ponerse al margen
asistir a un pan
cantar un himno
menoscabarse en vano
abrogar voluntades
refrendar cataclismos
acompañar la soledad
no negarse a las quimeras
remansarse en el tornado
ir de lo ceñido a lo vasto
desde lo opaco a la centella
de comisión al sueño libre
ofrecerse a lo parco del día
si morir una hora tras otra
volver a comenzar cada noche
volar de lo distinto a lo idéntico
admirar miradores y sótanos
infligirse penarse concernirse
estar en busca de alma diferida
preparar un milagro entre la sombra
y llamar vida a lo que sabe a muerte.
Ida Vitale, Reducción del infinito (2002).