Poema de los dones

Los rumores de la plaza quedan atrás y entro en la Biblioteca. De una manera casi física siento la gravitación de los libros, el ámbito sereno de un orden, el tiempo disecado y conservado mágicamente.

Jorge Luis Borges

El_hacedor

Hace tiempo me rondaba la idea de incluir el Poema de los dones y otros textos de Borges en una entrada sobre su ceguera. Pienso que lo que falta asomará algún día, pero hoy prefiero colocarlo aquí, junto a uno de mis desvaríos a modo de introducción y una frase que principia El Hacedor, esa brillante colección que lo alberga, es una mezcla de poesía y prosa, de imaginación y sentimiento,  cuya lectura (y relectura) recomiendo fervientemente.

Este golpe de timón comenzó con un intercambio de ideas con Félix Molina, que me  hizo caer en la cuenta que Borges nació un mes de agosto, en esa ciudad que fue a fundar un paisano al otro lado del charco y que, como nos contó Sabato, es más hermosa en otoño(1).

Los humanos somos proclives a los aniversarios y este blog no es una excepción a la regla, parece que aún nos resulta especial y casi mágico ese momento en el que se cumple un ciclo anual y, si es un múltiplo que suene bien, mejor que mejor. Tal vez un recuerdo del tiempo en que las cosechas eran vitales, quizá una necesidad de perpetuar la memoria o un ansia de inmortalidad, qué sé yo.

Recordaba el año en que se celebró el centenario del nacimiento de Borges. En fechas así los editores lanzan una andanada de textos que aprovechen esa suerte de tirón místico. Dio la casualidad que entonces leía yo mucho a Borges y sobre Borges, por lo que aquella efeméride fue para mí una especie de bendición.

Precisamente leí en aquellos días un artículo (no me he preocupado de buscarlo, si alguna vez me animo reescribiré esto) que sostenía que a los hispanohablantes nos quedaba aún por descubrir al Borges poeta; pues se suponía que al Borges narrador de historias ya lo conocíamos. No sé cuánto tenía de acertada esa tesis, pero resulta que ese era precisamente mi situación; yo era asiduo del escritor de relatos y también lo era del ensayista y conferenciante, pero salvo algún poema como Ajedrez, que conocí debido a mi afición al arte de los escaques, poco más había leído. No era yo persona de poesías o, más bien, lo era de unos pocos poemas que  atesoré con el paso de los años. Aún no había descubierto el efecto balsámico que supone sumergirse en versos y, probablemente, tampoco me hacía falta en aquel tiempo. Todo requiere su momento para poder valorarse, es una cuestión de perspectiva.

Y así, aventurándome en lecturas que hasta entonces descartaba, el Borges poeta se convirtió en un feliz descubrimiento personal, luego el tiempo se encargó de colocar sus versos en ese lugar místico al que vuelvo una y otra vez. Versos como estos:

Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.

De esta ciudad de libros hizo dueños
a unos ojos sin luz, que sólo pueden
leer en las bibliotecas de los sueños
los insensatos párrafos que ceden

las albas a su afán. En vano el día
les prodiga sus libros infinitos,
arduos como los arduos manuscritos
que perecieron en Alejandría.

De hambre y de sed (narra una historia griega)
muere un rey entre fuentes y jardines;
yo fatigo sin rumbo los confines
de esta alta y honda biblioteca ciega.

Enciclopedias, atlas, el Oriente
y el Occidente, siglos, dinastías,
símbolos, cosmos y cosmogonías
brindan los muros, pero inútilmente.

Lento en mi sombra, la penumbra hueca
exploro con el báculo indeciso,
yo, que me figuraba el Paraíso
bajo la especie de una biblioteca.

Algo, que ciertamente no se nombra
con la palabra azar, rige estas cosas;
otro ya recibió en otras borrosas
tardes los muchos libros y la sombra.

Al errar por las lentas galerías
suelo sentir con vago horror sagrado
que soy el otro, el muerto, que habrá dado
los mismos pasos en los mismos días.

¿Cuál de los dos escribe este poema
de un yo plural y de una sola sombra?
¿Qué importa la palabra que me nombra
si es indiviso y uno el anatema?

Groussac o Borges, miro este querido
mundo que se deforma y que se apaga
en una pálida ceniza vaga
que se parece al sueño y al olvido.

En el video que sigue el propio Borges nos comenta y recita el poema. Una auténtica joya sonora.

Es fácil experimentar aquí esa especie de resurrección que nos explicaba con maestría en aquel fragmento que tomé prestado. Pues cada cual tiene su forma de amar los libros y, por desgracia, cada cual viene a encontrarse antes o después con su particular noche.

Si les apetece, visiten la entrada que Félix Molina le ha dedicado.

 

(1) Era un día de comienzos de abril, pero el otoño empezaba ya a anunciarse con signos premonitorios, como esos nostálgicos ecos de trompa —pensaba— que se oyen en el tema todavía fuerte de una sinfonía, pero que (con cierta indecisa, suave pero creciente insistencia) ya nos están advirtiendo que aquel tema está llegando a su fin y aquellos ecos de remotas trompas se harán cada vez más cercanos, hasta convertirse en el tema dominante. Alguna hoja seca, el cielo ya como preparándose para los largos días nublados de mayo y de junio, anunciaban que la estación más hermosa de Buenos Aires se acercaba en silencio. Como si después de la pesada estridencia del verano, el cielo y los árboles empezaran a asumir ese aire de recogimiento de las cosas que se preparan para un extenso letargo.

Ernesto Sabato, Sobre héroes y tumbas.